Siempre ha sido buen chaval. Veo que no cambia sus costumbres. Jueves y a por todas, sí señor. Dios, hacía años que no lo veía. Veranos sin fin, primeras juergas, primeras cogorzas. Y luego Madrid, la presión, la monotonía. Hablamos de trivialidades entre el insoportable ruido del San Jaime. Sus amigos parecen sacados de un chiste tópico. Un patillero, un coletas, un cejas y el niño del pañuelo. Faltan un calvo y un gordo. Dice que ahora va al gimnasio. Verborrea. Más verborrea. Me esperan, me voy. Un abrazo. Ale, ya nos veremos.
No, no os hagáis los suecos y hacedme caso. Cobro por cliente enviado, joder. No hago esto porque me guste. El de la barba me dice que ya tienen reserva en otro sitio. El gafapasta del abrigo negro se ríe por lo bajinis. Hijoputas. A mí no me hace ninguna gracia. Saca la sonrisa falsa de siempre y diles adiós. Así que a las entrañas del barrio vais. Ójala os den garrafón y mierda a precio de Caviar y Chandon, cabrones.
Alto y enjuto, pelo y bigote canos, camisa cuidadosamente arrugada, a la última, carraspeo y última calada, entro en el restaurante con la tarjeta en la mano mientras noto el palpitar incesante del corazón incluso en la vena más recóndita. Singles. ¿Quién me mandaría lanzarme en plancha a un juego de adolescentes para cincuentones? No soy George Clooney pero me mantengo muy bien. ¿Quién sabe? No, estos de la entrada no son ellos. Habría mujeres, y estos son un campo de nabos sin cuidar. No seas tan vulgar. Te falta tacto. Evita el vino cabezón que asoma en su mesa. Me suena uno. El del fondo. Que no me haya reconocido. Esa es mi mesa. Haz como que hablas por el móvil y acércate dándole la espalda.
Que no te vea. No te ha visto. Respira y mete la poca tripa que tienes. Esta noche mojas, majo. Hola, buenas noches, soy X, ¿qué tal?.
Ustedes no me vieron pero me intuyeron. No iban desencaminados. Han conocido alguna vez a alguien como yo, seguro. Trabajo en un cubículo y rara vez doy la cara. No, no me llamo Estéfano. En eso erraron. Pero no en el resto de atributos. Dos por dos, si pueden imaginarlo, con brazos como anclas forjados en el gimnasio del Parque Albán. Así que el grandote quiere nata. Pues saquemos la nata. Te vas a enterar de lo que es un buen plato, chaval.
Se les ve majos aunque demasiado ruidosos. Y van camino de coger una borrachera de cuidado. Al de detrás de mí ya se le ha soltado la lengua y ha dicho nosequé de la potencia sexual de los siete. El que tiene enfrente está bastante callado. Hay uno que grita mucho y otro que contemporiza, que solo habla a veces y observa a todos como un cirujano examina a sus pacientes. ¿Trabajarán juntos? ¿Quién será el jefe de todos? Tontean con las camareras. El notas de la nata alaba el postre con epítetos en cada mordisco. Menuda panda de cretinos.
No, no os hagáis los suecos y hacedme caso. Cobro por cliente enviado, joder. No hago esto porque me guste. El de la barba me dice que ya tienen reserva en otro sitio. El gafapasta del abrigo negro se ríe por lo bajinis. Hijoputas. A mí no me hace ninguna gracia. Saca la sonrisa falsa de siempre y diles adiós. Así que a las entrañas del barrio vais. Ójala os den garrafón y mierda a precio de Caviar y Chandon, cabrones.
Alto y enjuto, pelo y bigote canos, camisa cuidadosamente arrugada, a la última, carraspeo y última calada, entro en el restaurante con la tarjeta en la mano mientras noto el palpitar incesante del corazón incluso en la vena más recóndita. Singles. ¿Quién me mandaría lanzarme en plancha a un juego de adolescentes para cincuentones? No soy George Clooney pero me mantengo muy bien. ¿Quién sabe? No, estos de la entrada no son ellos. Habría mujeres, y estos son un campo de nabos sin cuidar. No seas tan vulgar. Te falta tacto. Evita el vino cabezón que asoma en su mesa. Me suena uno. El del fondo. Que no me haya reconocido. Esa es mi mesa. Haz como que hablas por el móvil y acércate dándole la espalda.
Que no te vea. No te ha visto. Respira y mete la poca tripa que tienes. Esta noche mojas, majo. Hola, buenas noches, soy X, ¿qué tal?.
Ustedes no me vieron pero me intuyeron. No iban desencaminados. Han conocido alguna vez a alguien como yo, seguro. Trabajo en un cubículo y rara vez doy la cara. No, no me llamo Estéfano. En eso erraron. Pero no en el resto de atributos. Dos por dos, si pueden imaginarlo, con brazos como anclas forjados en el gimnasio del Parque Albán. Así que el grandote quiere nata. Pues saquemos la nata. Te vas a enterar de lo que es un buen plato, chaval.
Se les ve majos aunque demasiado ruidosos. Y van camino de coger una borrachera de cuidado. Al de detrás de mí ya se le ha soltado la lengua y ha dicho nosequé de la potencia sexual de los siete. El que tiene enfrente está bastante callado. Hay uno que grita mucho y otro que contemporiza, que solo habla a veces y observa a todos como un cirujano examina a sus pacientes. ¿Trabajarán juntos? ¿Quién será el jefe de todos? Tontean con las camareras. El notas de la nata alaba el postre con epítetos en cada mordisco. Menuda panda de cretinos.