lunedì 7 febbraio 2011

Sombreros mexicanos

Es como uno de esos tipos raros que colecciona decenas de sombreros mexicanos. Su pasión es íntima, bastante incomprendida y, sobre todo, le impide estar al día de un montón de cosas que realmente valen la pena. En su caso particular, es capaz de recitar el árbol genealógico del clan mafioso de los corleoneses con la misma cadencia musical del once inicial del Valencia del renacimiento, de los bellos y terribles 80, cuando las alineaciones todavía se pegaban a la memoria como una camisa sudada. Navarra, Liggio, Riina, Provenzano, Bagarella... tiene algo de aquel Sempere, Quique, Voro, Arias, Giner... Mafia y fútbol, no lo saquen de ahí.

La situación empeora una vez que toma asiento en la sacrosanta mesa de la Cretina Comèdia, rodeado de reputados politólogos y apasionados militantes del País/Regne, o del Regne /País (quien iba delante ¿Lennon o McCartney). Las bajas de última hora (Diafebus, Dominic, Baydal, Molins, Gisbert, Salas, Enric, Lola, Morena, Comtessa, Sfrazzera...) decantan la conversación, con el elevado tono acostumbrado que escandaliza a las mesas vecinas, a la situación política, que básicamente es una mierda. Antes de que el debate se pierda en nombres, fechas, cargos, culpables y derrotas, nuestro amigo todavía tiene tiempo para hablar de "La Máquina", la mítica delantera de River en los 40, cuyo retrato cuelga en la pared del Ché Baires. También incendia una conversación con el gran Lawrence Forlati, acerca del discurso oficial del Levante UD. Después, no tiene más remedio que dar cuenta del provolone y las empanadas, oír y callar, y también maldecir tantas horas desperdiciadas en el aséptico bar con crucifijos de la universidad.

Desde su posición, eso así, domina la evolución de todos los focos de debate que van naciendo. En franca minoría, Pepe Morgan saca su esencia irlandesa, la noble resistencia del rugby, para batirse en duelo con todas las polémicas y sus polemistas. Simón y JR se encargan de nutrir el debate con una avalancha de datos, con vehemencia industrial, que viajan de la guerra civil a la transición. A veces parecen robots. Angresola, el Tino Costa de la calle Túria, reparte juego y regala varias de esas perlas canallas que lo emparentan con Estellés. Forlati, presente en todas las salsas, protagonizó uno de los duelos de la noche con Pitarch, con el nacionalismo valenciano en búsqueda de su identidad, como materia a intervenir. La batalla entre ambos, pletórica, recuerda a los enfrentamientos entre el consigliere y Baydal en aquellos días de vino y rosas, cantuccini y vin santo, de la settimana fiorentina. Voro Contreras, erudito musical y del buen cine, siempre puntual en las fechas distinguidas (ah, sí, la cena era el tercer aniversario de la Cretina), interviene lo justo, pero sus sinceros gestos asintiendo ante cada planteamiento delatan la farsa de nuestro protagonista, que en los postres, cuando se establece la porra de las próximas conselleries, intenta aparentar desesperadamente que ha sacado algo en claro. El Nota espera su turno para el final y así sentencia: "Toda esta argumentación teórica, todas vuestras cábalas, me parecen de puta madre. Pero olvidáis que la calle no es la redacción de un periódico, ni una hemeroteca, ni el despacho de un abogado. En los bares no se comenta nada de lo que habéis hablado".

Y justo ése es el primer momento de la noche en el que nuestro amigo, el friki mafioso-futbolero de los sombreros mexicanos al que todos temen, suspira de alivio. Se marcha del restaurante satisfecho. Intuye, pero no lo dice, que la Cretina Comèdia, su invento que cumple tres años, ya ha vuelto a convertirse en esa secta hermosa y absurda que levanta crónica de sus encuentros, sus masones se conocen entre sí con pseudónimos esnobs y no se toman nada en serio.

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